Año dos mil seis.
Quince horas.
Cincuenta y seis canales apagados.
A.M quinientos noventa en el dial:
Noticias en un minuto: Veinte días, trescientos efectivos, dieciocho mil espectadores, cinco millones de euros...
Y el locutor al fin dice un número pequeño, el siete. Dice siete seguido de la frase "bombas que estallaron en pleno centro de Beirut". Entonces ese número pequeño se convierte en derrumbe de edificios, incendios, asfixia. En chicos que están gritando y en los que ya no. Mamás sin consuelo. Novios sin flores. Mujeres sin promesas. Abuelos que querían morir primero.
Alaridos.
Gritos.
Litros y más litros de sangre.
Pies descalzos.
Manos sueltas.
Incomprensión.
"Aberrancias"
Siete bombas en Beirut.
Un número pequeño que puedo armar con mis dedos y seguir describiendo durante horas sin incluir las palabras "displicencia", "indiferencia", "suerte" o "Dios"; aunque increíblemente ahora ese siete-apocalipsis tenga la misma voz que el pronóstico extendido del tiempo en Capital.